(Warhammer 40.000) Tormenta de hierro by Graham McNeill

(Warhammer 40.000) Tormenta de hierro by Graham McNeill

autor:Graham McNeill [Mcneill, Graham]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: sf
ISBN: 9788448034207
editor: Timun Más
publicado: 2011-12-31T18:38:14+00:00


LA SEGUNDA PARALELA

UNO

Cuando el teniente coronel Leonid entró en el Sepulcro, la llama situada al final de la vela osciló con la corriente provocada por la puerta delantera. Arrodillado ante una estatua de basalto del Emperador en el osario de la capilla, el castellano Vauban tapó la llama con la mano, protegiéndola del viento, y encendió una vela por los hombres del batallón A, como había hecho durante los seis días posteriores, a la caída de Tor Christo.

Leonid mantuvo una distancia respetuosa con su oficial al mando, esperando que terminaran las oraciones por los muertos, y Vauban agradeció la comprensión de su oficial.

La sombría torre conocida como el Sepulcro se levantaba sobre la ladera noroeste de las montañas, muy por encima de la ciudadela. Construida en un mármol suave y negro veteado con hebras de oro, era un tubo alto y hueco de unos treinta metros de diámetro y cien de alto. Sus paredes interiores estaban repletas de cientos de osarios que contenían los huesos blanqueados de todos los hombres que habían portado el título de castellano. A Vauban le había servido de mucho consuelo imaginar que algún día él también tendría un lugar de honor entre los muertos venerados, pero sabía que eso no era más que un sueño. Con toda probabilidad, él finalizaría sus días como un cuerpo disecado en algún lugar de la ciudadela, asesinado por su enemigo infernal. La idea de que sus huesos fueran barridos y limpiados por las tormentas de arena de aquel planeta lo llenaba de gran melancolía.

Todo el suelo era un disco pulimentado de sólido bronce. Su superficie estaba grabada con una intrincada tracería de líneas arremolinadas que serpenteaban elegantemente por la superficie, cruzándose y entretejiéndose en una danza cautivadora. Parecía un rompecabezas donde la solución, si es que había una, era siempre esquiva. Vauban sabía que era posible perder fácilmente varias horas intentando desentrañar el diseño a simple vista, pero ya había decidido hacía tiempo que era un misterio que nunca resolvería.

Se incorporó con una mueca de dolor cuando le crujieron las articulaciones. La guerra era un juego de jóvenes, y él era demasiado mayor para soportar los horrores que estaba presenciando. Hizo una reverencia hacia la imagen grabada del Emperador y susurró:

—Dios Emperador, bríndame la fortaleza para cumplir tus deseos. No soy más que un hombre con el valor de un hombre, y necesito tu sabiduría sagrada para guiarme en este, nuestro momento de necesidad.

La estatua permaneció en silencio y el comandante de Hydra Cordatus giró sobre sus talones y se encaminó hacia la puerta, a las cámaras exteriores del Sepulcro.

Vauban pensaba que ya sabía lo que era la angustia porque había contemplado las escenas de destrucción en Jericho Falls y en las llanuras cuando los Guerreros de Hierro engañaron a los artilleros de Tor Christo para que bombardearan a sus propios hombres.

Sin embargo, con la caída de Tor Christo y la muerte de casi siete mil hombres, averiguó la verdadera profundidad de la miseria. Tantos muertos y la batalla no había acabado todavía.



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